Claroscuro [Albert & Yo]
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Claroscuro [Albert & Yo]
Claroscuro
El cuarto de interrogación luce vacío; tan sólo alumbrado por una titilante lámpara que ha visto mejores días y que amenaza con extinguirse en cualquier momento.
Pueden verse dos sombras, una de pie, reclinada sobre la mesa, la otra en una silla, atada. Una mujer y un hombre alto, corpulento, de cabellos claros.
-¿Y bien?
-¿Y bien qué? -pregunta la mujer, con aburrimiento.
-Pues ¿para qué estoy aquí? -pregunta el hombre, que ahora vemos que es rubio y con ojos claros.
-¡Ah! ¡Ya se me había olvidado! -responde ella, con cierto embarazo.
-¡Ya déjame ir, la guerra terminó! -protesta el hombre.
-Es que Roni dijo que tenía qué besarte -explica la mujer, sin atreverse a mirar al tipo.
-Ah, sí, el ejercicio ese del club de las besadoras -responde él, sabiendo a qué se refiere- ¿Y?
-Pues...
-¡¿Pues qué?! -interrumpe él, elevando la voz.
-Es que...
-Todas lo hacen; ya me acostumbré, así que termina y vámonos -replica, con una sonrisa. Correción: una hermosa, seductora e inigualable sonrisa.
Ella permanece inmóvil, mirándolo. Aunque ahora su mirada ha cambiado y ya no se nota apenada, sino decidida...
-¿Sabes, Sir William? -pregunta, mirándolo con cierta sospecha- Estoy comenzando a pensar cosas desagradables...
-¡Hey! -se defiende él, sonriendo de medio lado-. Tú siempre piensas cosas desagradables de cualquier manera...
-¡¿Qué has dicho?! -se enfada ella- ¿Cuáles cosas desagradables? -pregunta, mirándolo con extrañeza. Hasta donde sabe, ella siempre ha sido su defensora.
-¿Cómo que cuáles? -pregunta él, mirándola a su vez, con cierta extrañeza y un dejo de reproche en la mirada, antes de añadir con firmeza-: ¡Rockstown!
Ella le mira a su vez, con expresión interrogante y luego, comprende el punto y su expresión cambia a gélida, enfadada acaso.
-¡Tenías que mencionarlo!
-Bueno, te conozco ¿no es cierto? sigues enfadada. Has estado enfadada desde que conociste la historia. Bueno... -hace una pausa y se interrumpe, pensativo, antes de continuar-: en realidad creo que te enfadaste cuando comenzaste a escribir ese fic...
-Cierto -declara ella, mirándolo fijamente; sin un ápice de compasión.
-¿Sabes? Eres rara -declara él, con un suspiro de impaciencia-. Deberías...
-¿Debería qué? -interrumpe ella, comenzando a enfadarse, mientras que él permanece inmutable, sereno como usualmente es-. ¿Qué Sire? ¿Qué debería hacer? ¿Conformarme? ¿Olvidar el asunto? ¿Fingir que no existió? o ¡Peor aún! ¿Adornarlo con mentiras? ¿Cegarme a la verdad? ¿Decir a Candy...?
Al llegar a este punto, ella se interrumpe, exasperada y, posiblemente vencida. El tema está agotado, lo sabe. Mencionar a Candy es lo que pone fin al asunto. Una y otra vez ha ocurrido de esa manera.
-Ya comprendes... ¿No es verdad? -pregunta él, con cierta tristeza. Sus ojos se entrecierran, como buscando más allá de la oscuridad-. Tú y yo estamos atrapados en esto. Los dos.
-Fue tu culpa. No lo olvides -declara ella, volviéndole la espalda y comenzando a pasearse, impaciente por la estrecha habitación.
-¡¿Mi culpa?! -estalla él-. ¡Fuiste tú la que preguntó! ¡Fuiste tú quien insistió en saber!
-¡Y tú me lo dijiste! -contraataca ella, elevando la voz y girándose para enfrentarlo-. ¡Tú lo hiciste!
-¡Porque pensé que entenderías! -replica él, los ojos encendidos con desesperación, con furia; luego, decide tranquilizarse y el brillo en sus ojos muta a oscuridad, tristeza, acaso; mientras continúa, con voz tranquila, casi monótona-: Pensé que tú, entre todas las personas, lo haría -declara, vencido.
-No digo que no lo entienda -asegura ella, mirándolo directo a los ojos, sin juzgar, sin acusar; imparcial, lejana acaso; tal y como él necesita que sea.
-¿Entonces?
-Entonces... Sir William ¿Estás seguro que me has dicho toda la verdad? -pregunta ella, sin dejar de mirar en sus ojos.
-¿Quién te crees que eres para...? -comienza a decir él, un brillo de furia regresando a sus ojos.
-¡Soy quien tú decidiste que fuera! ¡No lo olvides! -declara ella-; y lo único que exijo es conocer la verdad...
-¿La verdad? ¿Cuál verdad? ¡De cualquier manera ya haz juzgado y declarado una sentencia! -responde, con voz grave teñida de cierto desconsuelo.
-William.. -ella suspira, porque la conversación no está llegando a ningún lado. Sabiendo también que la charla no debería estar teniendo lugar ahí-. Sabes perfectamente que lo único que deseo es...
-Lo siento -se disculpa él, con sinceridad, interrumpiéndola-; pero ni yo sé cómo explicarlo...
-¡No me salgas con ese cuento! ¿Quién te crees tú que soy? -es ella ahora quien interrumpe, la furia resurgiendo en su alma.
Él guarda silencio; pero le sostiene la mirada, determinado a no ceder. No esta vez.
Ella lo mira un minuto más y aparta la mirada, un destello de decepción surgiendo en sus ojos oscuros.
-De acuerdo. No más por hoy escocés -declara sin emoción y comienza a abrir las esposas con las que le ha mantenido sujeto por horas.
Él, al sentirse libre, comienza a mover las manos, buscando restablecer la circulación. Ella, mientras tanto, opta por alejarse para de nuevo reclinarse en la pequeña mesa, esta vez dándole la espalda.
-Te lo he dicho antes -comienza a hablar él, cansado-: esperas demasiado de mí...
-Te lo he dicho antes, escocés -replica ella-: eres tú quien espera demasiado poco de sí mismo.
-A lo mejor no soy quien tú crees -responde él, un dejo de tristeza en la mirada.
-Así que esas tenemos -replica ella, el enfado en su voz patente en cada sílaba-: te sentarás a llorar tu infortunio y no harás nada. Le darás la razón a ellas. Me darás la razón a mí y a mis sospechas.
-¡Basta! -salta él, asiéndola por los brazos-. ¡Bien sabes que está escrito en el viento! ¡Que hay cosas que sencillamente jamás podrán ser!
-¡El viento eres tú William! -contraataca ella-. Asumiste su forma y ahora debes honrarla: sin mirar atrás y sin dudas, o muchas personas serán infelices...
-¡Claro! Es lo que te preocupa ¿no? Tú, tus historias, tus verdades tú, tú ¡y tú! -se burla él, soltándola, y alejándose rumbo a uno de los muros. Aún así, con uno a cada extremo de la habitación, pareciera que están demasiado cerca.
-Ahora estás a la defensiva, Sire -se burla ella entonces; una sonrisa de apreciación formándose en sus labios-. Mejor. Así me sirves más.
-¿Porqué no quieres besarme? -pregunta él, cambiando de tema abruptamente.
Ella se gira para mirarlo. En la semipenumbra luce rematadamente atractivo; su media sonrisa también añade cierto encanto al cuadro general de su corpulenta figura erguida entre las sombras: tan orgulloso como sus antepasados guerreros.
-Buena pregunta -replica ella, comenzando a sonreír; la tensión de minutos anteriores olvidada.
-¡Es un juego! -advierte él, con una mueca de ligera indiferencia. Las aguas turbulentas de vuelta a su cauce.
-Yo no juego, Sir William. Al menos no contigo y con besos -declara ella, sonriendo, sin ápice de culpa.
-¿Porqué? -repite él y ella sabe que no podrá demorar la respuesta por mucho tiempo.
-Pues... en primer lugar -comienza a explicar-: no mezclo trabajo con relaciones personales.
-¡Ja! ¿Y tú eres a la que se le ocurren cosas brillantes? -se burla él, comenzando a disfrutar el ambiente.
-Mira William...
-Bueno, por lo menos has dejado ese odioso "Sire" -declara él, de buen humor. Y luego, para sorpresa de ella, consigue acorralarla contra la silla.
-No sabía que te disgustaba -asegura, mirándolo, aunque no está en lo mínimo asustada.
-¡Ja! -vuelve a exclamar él, sonriendo más ampliamente-. Si lo hiciste adrede. Es más, comienzo a pensar que te gusta torturarme.
-Pues para ser tortura lo disfrutas mucho -replica ella, sin ceder un ápice; a pesar de que lo tiene demasiado cerca. El sonríe, la primera verdadera sonrisa suya de la noche y concede:
-Pues, tengo qué admitir que las partes a la luz de la luna, y que llevan sedas y rosas aparejadas, no están tan mal -dice, una mueca de satisfacción acentuando la belleza de su rostro-; aunque mi única queja es que jamás te mueves del color rosa.
-Ni sueñes con que lo haga -ataja ella con prontitud.
-Supongo que tienes razón: al menos tú comprendes ese detalle...
-¡Me ibas a dejar mirar ahí también! -se sorprende ella, riendo escandalizada-. ¡Eres un...!
-Bueno, eres tú quien desea TODA la verdad ¿No? -se burla él, soltando una carcajada libre y llena de serenidad.
-¡Oh! ¡Eres imposible! -se queja ella.
Ambos ríen, y de pronto, se miran, sin reservas, sin reproche, y comprenden la razón: esa razón que ambos buscan...
-Lo sabías ¿Verdad? -pregunta él, mirándola con asombro-. Lo supiste desde el primer momento.
Ella le mira, sin dejar de sonreír, y asiente, lentamente, como disfrutando el instante; y en verdad lo hace, porque ella ha obtenido su respuesta.
-No desde el principio; pero, tal vez, sí desde que comencé a escribir la historia secreta de tu clan. Sire.
-Una historia que, conforme me la cuentas, me resulta asombrosa -declara él y, poniéndose pensativo de pronto, añade-: y también me provoca un poco de miedo ¿sabes?
-No tienes porqué temer -replica ella, sonriendo, con toda la sinceridad posible-. La historia en principio se llama vida; luego , mucho tiempo después, es cuando toma ese otro nombre.
-Cierto -concede él y luego, tras un largo y sentido suspiro, dice-: ¿Sabes? Jamás creí que sería así...
Ella le mira, sabiendo perfectamente a qué se refiere y asiente... tranquila y llena de serenidad.
-Lo sé; pero, es interesante saber que fue de la mejor manera ¿No crees?
El permanece pensativo por varios momentos y luego, también asiente, lentamente, concediendo, ella lo sabe, algo más que la razón.
-Tú nunca me la quitaste -declara, con gratitud.
-No lo haría nunca, Sire. Ni siquiera con un beso -admite ella, concediendo también.
El la mira, viendo en sus ojos la sinceridad y también descubriendo, de pronto, porqué ella llegó aquel día a su historia. Y sabiendo, también, que era su turno de hacer algo en cambio.
-Algún día comprenderás -anticipa con voz dulce-; pero todavía no es el momento.
-Lo sé -acepta ella, sin ápice de congoja.
-Habrá más luchas; pero no debes temer.
-Lo sé -vuelve a repetir ella.
-Y al final, descubrirás lo que buscas. Eso que deseo que encuentres porque, de hacerlo, conseguiré yo también algunas respuestas.
-No dejaré de buscar -promete ella, con todo el corazón-. De eso puedes estar seguro.
-Nunca te das por vencida ¿verdad? -pregunta él, más afirmando que otra cosa.
-No, Sire, ya deberías saberlo.
-Lo sé -dice él, sonriendo y es el momento en que la farola sobre ellos parpadea con furia decreciendo varios grados en luminosidad.
-¡Rayos! ¡Este lugar es una ruina! -se queja ella.
-Asumo que has estado pocas veces aquí -se ríe él.
-En realidad jamás había llegado hasta aquí -admite ella-. Suelo llevar la ofensiva desde mis instalaciones secretas.
-Ah sí: esas que compraste con la venta de ciertas acciones que conseguiste escaquearme en precio por escribir ese fic que aún no terminas.
-Bueno, querías drama y acción de todo tipo ¡Eso lleva su tiempo! Además; no se te olvide que exigiste que tu tía tuviera una participación relevante y bien sabes lo que eso significa.
-Te ha dado problemas -afirma él, sin sombra de duda.
-Algo así -replica ella, evasivamente. El sonríe, sabiendo que ella no le dice la verdad completa y luego, metiendo la mano a su bolsillo, extrae un pequeño paquete que le ofrece, cual garantía.
-¿Qué es? -ella le mira con sospecha.
-Ábrelo -ordena él, volviendo a ser, de pronto, el magnate al mando de las empresas más importantes de la nación.
Ella obedece, y, tan pronto descubre el contenido exclama:
-¡Cómo supiste!
-Fuiste tú quien lo supo y gracias a ti pude encontrarlo -declara él con gratitud-. Chica de la cascada: no sé cómo pagarte.
-Ya lo sabes; sólo hay un pago que estoy dispuesta a aceptar -responde ella, segura por completo de lo que dice.
El comprende a lo que se refiere y admite, en una especie de súplica:
-Sólo si estás conmigo.
-Lo estaré -asegura ella-. No sé cuanto tiempo tome; pero deberé llegar al final de esta aventura.
-Candy...
-Candy te ama -interrumpe ella, con decisión, sin admitir réplicas-. ¡Y sólo el buen Dios sabe porqué!
-Bueno, él y varias Albert Lovers -se defiende él, con un brillo travieso en la mirada.
Ella entorna los ojos con frustración; pero no comenta nada.
El silencio envuelve a la pareja por interminables minutos, acentuando la soledad y el vacío que dominan el ambiente. Ambos parecen sumidos en sus pensamientos, ajenos al mundo, al otro.
Es él quien rompe la inmovilidad, aproximándose a ella sigilosamente y luego, inclinándose, susurra algo a su oído para, enseguida, partir; sus pasos dirigiéndose a la salida, calmados, como siempre.
Ella le mira irse, agradecida por el presente y sabiendo que una nueva aventura acaba de comenzar.
*~.FIN.~*
A.D. 2011
A.D. 2011
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